domingo, 21 de marzo de 2010

Beirut o el paraíso gay.




Por: Diego Gómez Pickering
Periodista y escritor.

¡Por fin estoy de vacaciones! Son las cinco de la tarde y el termómetro marca una deliciosa temperatura de 26 grados centígrados aunque sin duda alguna el ambiente en derredor resulta mucho más candente. Una veintena de también deliciosos cuerpos, con los músculos marcados (sin rayar en lo grotesco), viriles, libres de arrugas y tostados por el sol rodea la pequeña piscina del club de playa cuyas refrescantes aguas son indispensables para bajar la “fiebre”. El conjunto de Adonis habla en lengua extranjera y ríe plácidamente mientras intercambia miradas que detrás de las gafas obscuras esconden lascivia.

De un lado está el bar que no cesa de preparar cócteles efervescentes y del otro las tumbonas que parecen hechas para dar placer (al menos visual). Es mitad de semana y día laboral (para los locales) pero en este pequeño pedazo de cielo pareciera que nada de eso importa. Los jóvenes (y no tan jóvenes) se embadurnan a mano limpia bronceador por torsos y piernas, las tangas que dividen ambas partes del cuerpo dejan poco a la imaginación y me llevan a cuestionar el supuesto que afirma que las pollas africanas son las ganadoras del Guiness cuando de tamaño se trata. Cierro los ojos y me pellizco, he llegado al paraíso (en vida) y sin habérmelo ganado. La escena que describo no transcurre en Río de Janeiro (como pudiera pensarse), tampoco en Sydney ni mucho menos en San Francisco, sino en Beirut, la capital libanesa y, contrario a cualquier previsión, uno de los secretos mejor guardados para el turismo gay.
“Vengo aquí cada que tengo oportunidad, en Beirut me siento libre, confiado, puedo disfrutar abiertamente de mi pareja y despreocuparme. En verdad te digo, es un pequeño edén” me confiesa Ricardo, un compatriota español en sus cincuentas a quien he conocido en el lugar. A juzgar por lo que veo le doy toda la razón, Beirut supera cualquiera de mis expectativas como soltero homosexual en busca de conquistar el mundo. Ricardo lleva un par de años viviendo en la vecina Siria pero se acerca a la urbe mediterránea “de cuando en cuando”. “Me resulta una escapada refrescante a diferencia de El Cairo o de Damasco” dice mientras coge, meloso, el culo de su novio, cuidándose de las miradas; “los gays que vivimos en el mundo árabe o lo visitamos a menudo tenemos idea de cuales son los buenos lugares”, e indudablemente Beirut es uno de ellos.

Estamos en el club de yates Saint-George, epónimo de la crema y nata libanesa. Situado al inicio del kilométrico malecón que recorre la ciudad, el Saint-George cuenta con un apetecible aunque minúsculo club de playa, el cual abre sus puertas cada verano para socios y no socios (previo pago de 20 dólares, moneda universalmente aceptada en el Líbano). Con una placentera piscina rodeada de camastros y sombrillas además de un muy bien equipado restaurante, el lugar siempre está, literalmente, “a reventar”. Particularmente los viernes y los sábados por la tarde cuando se pinta de rosa, convirtiéndose en un tentador centro de ligue gay. A escasos 150 metros, del otro lado de la acera y con espectaculares vistas del Mediterráneo y las montañas que enmarcan a la ciudad, la piscina en el último piso del hotel Palm Beach (que cuenta con libre ingreso) también tiene sobrada fama como sede diurna de encuentros entre la comunidad gay. Dos pasarelas en donde el Líbano muestra lo mejor que tiene, y eso que apenas es mi primer día aquí.
“¿Pero cómo? ¿estás loco?” interpuso mi madre ante la inmediatez de mi partida vacacional y frente a lo inconcebible del destino elegido. No la culpo, sobreprotectora como es y adepta al Opus, con todo e hijo gay. Y no la culpo porque no fue la única que puso el grito en el cielo, más de un amigo frunció el ceño ante la petición de acompañarme en la aventura. Desafortunada o afortunadamente (depende de cómo lo vea uno) Beirut sigue siendo sinónimo de guerra, desahucio y hasta terrorismo en prácticamente todo el mundo occidental. Eso ha mantenido al turismo alejado pero la cosa no seguirá así por mucho tiempo, el Líbano más que nunca está retomando su lugar como destino de placer. Ahora es cuando debe visitarse antes de que lleguen las masas y el encanto se desvanezca, principalmente el de sus hombres: mediterráneos, galantes y guapos a más no poder.

Muy lejano se encuentra aquel odioso verano del 2006 durante el que la fugaz guerra entre Israel y las fuerzas del Hezbollah hizo a Beirut de nueva cuenta prisionero y víctima inocente de bombazos y asedio, después de una recuperación paulatina pero exitosa de la sangrienta guerra civil libanesa de los setenta y ochenta. Hoy solamente queda el distante recuerdo de amargos ayeres. Beirut, como el ave fénix, ha renacido de nueva cuenta y entre las incontables grúas que decoran su distrito central (erigiendo edificios, oficinas y casas) han esparcídose como hongos, restaurantes, bares, cafés, hoteles, boutiques y cualquier cantidad de lugares de esparcimiento. La paz es ahora cotidianeidad y los beirutíes, muy acordes, se dan a su connotada “joie de vivre”.
“Invariablemente me preguntan, algo inquietantes, cómo es la vida gay en Beirut pero lo único que les respondo es que para disfrutarla a plenitud tienen que vivirla, porque seguro les va a gustar” me confía Bertho, un veinteañero beirutí a cargo de la agencia de viajes Lebtour refiriéndose a su cada vez más numerosa clientela europea. El joven emprendedor se especializa en realizar recorridos turísticos por el país enfocándose en el mercado gay. Los clientes “siempre quedan satisfechos” afirma sin cortapisas sobre la rentabilidad de su negocio. Actualmente Bertho está ultimando detalles para lo que será la tercera edición consecutiva del Bear Arabia, a celebrarse a principios de mayo. Evento para el cual espera tener mayor éxito que el año pasado cuando juntó una cincuentena de argentinos, italianos, españoles, estadounidenses y mexicanos (además del contingente de “nativos”) en una fiesta celebrada al sur de Beirut en la que se eligió al oso “más sexy” del Medio Oriente del 2009.

Pero Beirut tiene para todos los gustos y más allá de las fiestas de Bertho y del bar Wolf (establecimiento gay friendly situado en el barrio de Hamra frecuentado mayoritariamente por osos) en la ciudad las opciones y las preferencias sobran, sobre todo cuando de diversión nocturna se trata. Las noches siempre son jóvenes en un Beirut que nunca duerme, no importa la hora que sea parece que ahí las veladas no tienen fin. Y el mejor lugar para empezarlas, según me han recomendado y ahora compruebo, es el restaurante/bar Bardo (también en Hamra, curiosamente, en la calle México). Con un menú fusión que deleita a cualquier apetito, el lugar no podría ser más acogedor; mesas dispuestas frente a una impresionante barra con todo tipo de licores y una pista que después de las diez de la noche se prende con la música del DJ de casa. Entre emocionados cuerpos que bailan sones orientales resulta el mejor lugar para “comerse” un buen postre, antes del digestivo, claro está. Para seguir la fiesta, sobre todo si ya se ha hecho uno de algún “amigo”, como suele suceder por aquí, las mejores y más establecidas opciones se encuentran a unos diez minutos en taxi, al otro lado de Beirut.
El BO18 es una impresionante discoteca en forma de bunker diseñada por el prestigiado arquitecto libanés Bernard Khoury. Ahí no merece la pena llegar antes de la media noche y solamente si se quiere mover el culo a ritmo de la mejor música house de la ciudad. Un lugar mix que ha hecho de la marcha en Beirut algo envidiable en toda la región. Por otro lado se encuentra el Acid, abierto desde 1998 y el lugar por antonomasia de la noche gay beirutí. Hombres de todos tamaños, colores, diámetros y coeficientes intelectuales abarrotan infaliblemente este templo de la diversión durante los fines de semana. Por 20 dólares hay consumo libre a partir de las 12 y música dance que tiene como telón de fondo un maquiavélico mural con una diosa hindú. Mucha acción hasta el amanecer pero eso sí, de lejitos. Difícilmente llega a verse interacción directa, siempre irrumpen los encargados de la seguridad para bajar la temperatura porque a final de cuentas en Líbano “las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo”, de acuerdo con la constitución, siguen estando prohibidas.

“La verdad es que todo mundo se hace de la vista gorda, llevamos la fiesta en paz, siempre tratando de ser discretos (lo cual significa ni besos ni arrumacos “en público”)” afirma George, un activista de Helem (sueño en árabe), la única organización pro-derechos gay, lésbicos y transgénero en el mundo árabe, al respecto de la retrógrada legislación que prevalece en su país referente a la libertad sexual. La organización libanesa lleva a cabo anualmente rallies a favor de los derechos del colectivo LGBT que poco a poco han captado la atención no solamente de sus connacionales sino de grupos de apoyo (anónimos) en otros países de la zona. Y es que a pesar de lo libre que pueda sentirse Beirut al final del día sigue estando limitada por conductas sociales (y mayoritariamente políticas) que reprimen su heterogeneidad. Pero lo cierto es que del dicho al hecho hay mucho trecho y en las calles (o en los bares o clubes de playa para el caso) difícilmente se percibe una represión abierta a las inclinaciones sexuales. En toda circunstancia resulta más un aliciente que un obstáculo. Como lo explica Mohammed, un atractivo treintañero que cuenta en su lista con más de un novio europeo “es la adrenalina de lo prohibido lo que los atrae como moscas a la miel”. Y puede que tenga razón, durante los cinco días que ha durado mi estancia en Beirut no pude dejar de sentir esa adrenalina correr por mis venas cada vez que emprendía un nuevo amanecer. En eso radica la belleza de la ciudad y su innegable atractivo para el visitante gay.

Antes de dar por terminada mi estancia en la que alguna vez fuera conocida como la París del Medio Oriente no pude evitar darme otra zambullida en la página web predilecta de Beirut para conocer gente gay de una manera “segura” (más allá de la escena social), Manjam . Ahí me topo con Ahmed, un centauro que hace honor a la fama de los árabes y que desinhibido me invita a encontrarnos en un “hammam” (o baño turco). La prudencia prevalece y decido dejar la aventura para mi próximo viaje al Líbano, el cual espero no tarde tanto tiempo en llegar como lo hará mi siguiente paga (dado el buen mileurista que soy).
La casa de Shiva!

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